ediciones contrabando
colección CHE BOOKS nº 4
21 x 14 cm; 140 páginas
Rústica fresado sin solapas
ISBN: 978-84-947776-5-3
DL: V-654-2018
PVP: 10 euros
Un bebé que se lanza al vacío para fumar tranquilo bajo los coches aparacados en una oscura avenida, un superhéroe con complejo de Edipo y puño americano circunvalando la Tierra para marchar el tiempo hacia atrás, un club literario de mujeres con giba de camello amantes del sexo y la literatura de W.G. Sebald; un narrador improbable entre Phillip Marlowe y Víctor de Aveyron, el pequeño salvaje de Truffaut … En realidad, Singular, con todos sus lamentos sobre el destino trágico del hombre, con todo el escándalo alrededor de la tortura –de los textos clásicos de Foucault y Améry a la prisión de Abu Ghraib-, con todo su delirio pornográfico y su universo surrealista de babosos escaladores de edificios, trata temas clásicos de la literatura: el amor y la muerte, el tiempo y la embriaguez, unido todo con el material del que está hecha la misteriosa saliva con la que se adentra uno en el mundo de los sueños.
Jesús García Cívico (Valencia, 1969). Licenciado en filosofía y doctor en derecho, máster en literatura comparada y crítica cultural, es profesor en la Universitat Jaume I donde dirige el proyecto “La norma y la imagen” sobre literatura, política y estética. Mantiene la sección de crítica cultural “Hermosos y malditas” en El Hype, es jefe de redacción de la Revista de Arte y Literatura Canibaal y ha colaborado en Revista de Letras, Le Monde Diplomatique, Pasajes de pensamiento contemporáneo, Dilema, La bolsa de pipas, MAKMA, Dirty Rock, Bostezo y El Estado Mental. Es autor de Una casa holandesa: (ego) aforismos en Word, poemas con auto-reverse (Ediciones Canibaal, 2014), una obra personalísima que obtuvo formidables críticas.
Reseñas
El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música dream-pop1
Un joven en calzoncillos rojos, nervioso e hipermusculado
habla con una pareja de ancianos de aspecto socialdemócrata
y nórdico. Alrededor suyo, un planeta helado parece venirse
abajo.
Temor y temblor.
SUPERMAN: Madre, usted es mi madre y es mi amada. Es
la mujer que amo, la mujer con la que me acuesto, quiero
decir. Y también es mi madre. Y usted, Padre, usted es un
mafioso con bolardos en la mandíbula, un sheriff mar-ca-pa-
que-te, un motorista gay, un coronel enloquecido en el
corazón de las tinieblas y un viudo desconsolado que busca
la respuesta al oscuro dilema del amor y la muerte… ¡en el
ano de una joven tontiloca de París! Y yo… Yo soy un hijo
ilegítimo, un hijo de muchos padres, como usted mismo,
Padre, y como Norman Fielding, el autor de Tom Jones: padre
de padres. Y me llamo Albert y me llamo Tom. Me
llamo Kal-El. Me llamo Superman. Me llamo Clark Kent y
llevo puño americano. Y ahora me marcho de aquí, de este
planeta de cristales absurdos y aires socialdemócratas que
no sé por qué va y se desvanece.
¡Adiós, Susannah, I love you, adiós! ¡Grande! ¡GRANDE!
¡GRANDEEEEEEE…!
(El joven, visiblemente excitado, se golpea afectadamente el
pecho y señala a la mujer dos veces con el dedo índice antes
de abandonar el planeta entre sollozos).
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1 Richard Orofino, «I Heard that you were looking at the moon», New
York, 2016.
JOR-EL: Esposa, me temo que nuestro hijo ha visto demasiadas
películas. Está como unas putas maracas.
LARA: Sí, y ahora se marcha a la Tierra, poderoso, pero
inestable y algo tonto. Me pregunto, esposo, si hemos hecho
bien. ¡Adiós, Kal-El! ¡Adiós, cariño! ¡Yo también te quiero,
adiós, adiós!
12
Tengo pena por la gente, por toda la gente, ¡tengo
pena incluso por los nazis! Tengo por los nazis pena como
la tenía la antropóloga judía Germaine Tillion.
Tengo pena. Tengo pene. Tengo Ponos (Πòvoç).
Tengo ansiedad por esos seres humanos soporíferos
que se pasan noches enteras musitando al oído palabras de
amor. ¡Qué pelmazos!
Tengo visiones de mí, percepciones de mi cabeza asomada
a las ventanas de gente poco conocida o que desconozco
por completo, visiones, percepciones, visiones de mi
cabeza asomada a las ventanas de gente desconocida y, sin
que sea esa mi intención, de mi cabeza ligeramente inclinada
en un proceso de reflexión invasiva sobre la ontología del
mal.
Bueno, bah, tengo visiones de mí.
Visiones de mí.
Tengo miedo.
Tengo miedo, sí, aunque ni siquiera eso me impide,
ahora mismo, dejar de observar mi rostro inverosímil en el
espejo. Tengo miedo. Tengo dudas. Tengo visiones de mí.
Tengo puesto en el iTunes de mi MacBook, «In my head»,
un tema de Bedroom: grupo dream-pop.
________________________________
2 Bedroom «In my head», Nashville, Tennessee, 2015.
Tengo uñas, tengo labios, tengo pelo por las piernas.
Tengo intención de escribir una novela breve que titularé
Registro, y nunca, nunca, nunca, nunca, Singular que es
el título que aquel club literario de mujeres desnudas con su
giba, envuelto en tacones de aguja y en misterio, se empeñó
una noche muy compleja en sugerir.
Tengo lunares, tengo sed, hígado, el colon irritado, la
lengua hecha jirones, necesidad (muchas veces) de estar en
un silencio recogido. Tengo hambre, un buen trabajo, pies,
casetes, nariz, miedo, dudas, hombros, manos al igual que
un sinnúmero privilegiado de seres humanos, un gato
naranja, tendones, dos pezones, recuerdos, ganas de agradar.
Tengo (ligada a estas ganas de agradar) inseguridad.
Tengo deseos, cuarentaisiete años, padre, madre, mujer, vinilos
y libros de no ficción; tengo, como todo el mundo,
huesos, dermis y deudas con el banco. Los tengo. Tengo
cama. La tengo. Tengo fluctuaciones del ánimo, vaivenes del
carácter, inmundicias en el pulmón. Tengo iris y dos testículos
y sistema nervioso y semen y cabello y un diccionario
de griego y conductos hepáticos y durezas en los pies.
Yo qué sé.
Tengo la nariz fatalmente desviada por un puñetazo
muy vigoroso de un tipo que va de superhéroe y del que
ahora no me interesa en absoluto hablar.
Tengo retratos de G. W. F. Hegel, de Max Weber y de
Byung-Chul Han.
Tengo un poder sobrenatural que no me ha hecho, ni
a mí ni a nadie, más feliz.
Tengo, algunas veces, ganas de hablar. Otras veces me
callo como pensando solo en mí, en las cosas que tengo, en
lo absurda que resulta la gente y, cuando ésta es mezquina
(que casi siempre lo es), pensando en lo mezquina que es.
Tengo ganas de agradar, sí, aunque no quiero propiamente
que todo el mundo demuestre de forma muy ostensible que
me admira. Aun así, tampoco consiento que nadie (y menos
aún alguien inferior en casi todo a mí) me vea con la misma
indiferencia suspendida con la que vemos nosotros a esos
escarabajos negros que parece que vayan por ahí arrastrando
una pesadumbre en el infeliz contexto de una vida diminuta,
ensimismados por el suelo, rumiando no sé qué.